Finalizó la Navidad. Por fin podremos volver a escupir al músico callejero en lugar de rascarnos el bolsillo. Ahora ya no cederemos, dejaremos el "va, pasa tú primer..." por un "apartat malparitcabródemerda".
En el trabajo se nota que el espítu navideño está más colgado que los derechos húmanos en el salón del amigo Bush. Todo son problemas. Quien te daba una palmadita de ánimo y te ayudaba a solventar un problema ahora te da una ostia de cuchillada trapera y además te lanza más problemas sobre ti.
Pero bueno, que la vuelta al trabajo siempre te genera el estado de nervios que produce la extraña idea de "joder, ojalá no me hubiera ido de vacaciones" (que espabilados los empresarios, a eso se le llama "involucrar" al personal con la empresa") lo sabía de observar a los que trabajan en mi época de estudiante.
Lo mejor para saber que la Navidad se acabó es ir al gimnasio. Hoy he tenido que aparcar dando vueltas como un buitre a los posibles coches que van a salir de su lugar (mi casa está lejos del gimnasio, lo juro!) . En ese momento te das cuenta de que cualquier peatón puede ser tu presa, el que se lleve su coche y libere el espacio. Y una vez dentro ves todo de michelines sudando (tú contribuyes con el tuyo...por supuesto!) y gente que cree que quemará los canelones por correr más deprisa.
Por supuesto, la operación acabará cuando muera la voluntad de ir al gimnasio y ver que, a pesar de haber disminuido el consumo de Donettes de dos a una caja al día, el michelín sólo baja unos gramitos.
Finalmente todos desapareceran y nuestros michelines se quedaran otra vez solos, sin Navidad que les alimente, y en la tristeza reinante en el gimnasio hasta que vuelva la Operación Bikini.
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